Hoy cumplo exactamente un mes sin salir de casa. No he pasado de mi puerta. Mi balcón me resulta un inmenso campo que agradezco. Y quizás suene odiosa, pero se me ha ido en chinga; casi lo he disfrutado. Y aquí seguiré por los que no pueden quedarse en casa. Sí, hay días críticos
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Particularmente el lunes, tuve una crisis de ansiedad con vómito incluido, por angustia económica. Por ver cómo algunos proyectos se colapsan y saber de tanta gente pasándolo tan mal. Por miedo a perder personas que amo. Los días a veces vuelan sin completar los objetivos, los
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días pesados son los de limpieza exhaustiva y sobre todo, cuando llega el súper y hay que desinfectar antes de guardar; pero pienso en las jornadas del personal médico y me doy cuenta de la imbecilidad de mi “cansancio”. Los días definitivamente de la verga suceden cuando
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veo/sé de tanta gente valiéndole absoluta mierda sus decisiones. Eso engloba cientos de conductas socioculturales, políticas, que me aterran. Los mejores días son los que me llevan a sentarme a escribir, a crear proyectos. Cuando me reúno con personas amadísimas por zoom y
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valoramos lo afortunadas que somos por habernos conocido físicamente y saber que lo volveremos a hacer. Cuando el trabajo sexológico cobra un nuevo sentido; no se diga el actoral. Cuando agradezco cada pequeña pendejada del día. Cuando me doy cuenta que tener pareja
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y saberme acompañada está redimensionando mi relación, que nos elegimos bien. Cuando me doy cuenta que reviso mis emociones como nunca y que nada me hubiera hecho hacer esta pausa para reconocerme. Que meditar y hacer yoga fueron los mejores hábitos que pude adquirir antes
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de que esto se desatara. Han sido las mejores herramientas para esta etapa, con las que me topé hace 13 años. Creo que la yo de antes no hubiera logrado pasar por esto sin ellas. Estoy aprendiendo a vaciarme, a dejar de llenar todo: tiempo, palabras, cuentas, dudas, promesas,
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expectativas. Está sucediendo demasiado. Y hay que verlo.
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